jueves, septiembre 13, 2018

Silencio

Los motores diésel que daban luz a las casas dejaron de funcionar. Primero en una, luego en las siguientes. Al final, sólo queda un silencio roto por el mar, por ese baile de las olas con el viento y la arena, ahora fría y negra.

A pesar de la hora, aún había gente caminando por la orilla, aunque apenas se podían percibir sus sombras debido a la ausencia de la luz de la luna, que en otras ocasiones dominaba el cielo. Eran los habituales de cada noche. La orilla aparecía y desaparecía cada vez que rompía una ola. Sólo su espuma separaban la frontera entre el mar y la tierra, y eran el único camino que se podía distinguir.

La luces de las casas se habían convertido en estrellas parpadeantes: provenientes de pequeñas lámparas individuales de gas o de velas de cera, sujetas a cualquier artilugio casero que pudiese mantener su verticalidad. Con ellas, las partidas de cartas o de dominó, seguían sucediéndose bajo una luz tenue, una tras otra, como si el tiempo no pasase o no importara, porque lo importante era estar reunidos, comentar cualquier anécdota y realizar anotaciones de las jugadas de cada mano. Daba igual ganar o perder.